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Dejados de la mano de Dios

Sacrificio en vano

 

Desde que vengo escuchando a señores con melena tocando la guitarra eléctrica enfundados en pantalones cuatro tallas por debajo de la propia me he percatado de que si algo hace grande al hard rock y al metal son los segundones. Quizá sea una deficiencia de oído particular la que me impide calificar como mierda álbumes que en otras manos son pasto de la papelera de reciclaje, o simplemente es la tontería y la apetencia propias las que rigen los mecanismos que me hacen sentir pasión por muchos seres humanos que dentro del rollo no despuntan.

 

El caso que hoy nos ocupa es la de una voz privilegiada que se esconde tras el nombre de Mark Slaughter. Aún recuerdo la primera vez que me enfrenté a sus agudos gritos: mi señora me pasó el adorable desde cualquier punto de vista videoclip de Love Kills, simpatiquísimo tema de Vinnie Vincent Invasion (para más información sobre este, para mí, uno de los máximos representantes del personajismo en el rock acudan al fantabuloso artículo que el excelso señor Viruete tuvo a bien subir a su web tiempo ha) presente en la bso de Pesadilla en Elm Street 4. Servidor, conocido gourmet del metal más extremo y rancio también tiene su lado más cock rock, y la descacharrante y fantabulosa voz altísima de Slaughter me cautivó. Sin embargo, fue una de las cosas que ahí se quedan y en las que uno no indaga mucho más.

 

 

 

 

Ando ahora recuperando el glorioso primer trabajo de la ya citada banda de Vinnie Vincent, disco homónimo en el que maese Mark puso su angelical y hardrockera voz al servicio del masturbamástiles de Vincent. Y sigo sin entender como este buen hombre no se hizo un nombre más grande y con letras más brillantes en el mundillo. Amén del amplio registro por arriba, lo que yo llamo cantar como una niña de 5 años, para mi gusto el americano tiene un feeling bastante importante, y por si esto no fuera poco tenía el amigo un pelazo y una pose muy de lo suyo. A mí me da cierto morbo, no lo niego.

 

Después de acompañar al ex-Kiss Vincent durante dos discos, don Slaughter puso pies en polvorosa y creó su propio grupo junto a Dana Strum, bajista de la banda a la que acababa de dejar, llamándolo sencillamente Slaughter, en el que por cierto también se colgó la guitarra. Por lo que tengo entendido aprovechó parte del contrato de su antiguo jefe (cancelado al parecer por que el amigo Vinnie se pulió el presupuesto asignado para su proyecto por la compañía en poco tiempo) para publicar más discos con su banda en solitario, continuando con el estilo hard ’n’ heavy que tan bien se le daba.

 

Este señor, al menos en Europa y por lo que sé no se ha comido un colín, y como digo me da rabia porque es puro hard rock. Si algún grupo más prodigo por estos lares hubiese tenido la para mí genial idea de ficharle este que aquí escribe igual tendría menos discos de death metal en la estantería.

 

A día de hoy, Mark Slaughter trabaja como actor de doblaje y compositor para la televisión. Tengo por ello la esperanza de oír sus cuerdas vocales atronando en algún film de Pixar, e incluso si fuera posible oír algún tecladillo y alguna batería con reverb en la sintonía del telediario me pondría muy contento.

 

 

 

 

Es tan guapo... a Mark Slaughter me refiero

 

El eterno sustituto

Cuando uno forma un grupo heavy, hay un puesto que suele quedar siempre vacante. Las dos guitarras se las reparten entre un par colegas que estén en el conservatorio, esos que se han sacado entre los dos el Rising Force de Yngwie Malmsteen enterico; la voz siempre suele reservarse al más guapetón o con menos vergüenza de la panda, por aquello de que es un reclamo seguro para groupies: finalmente, el más cafre se queda la batería para hacer ruido. Sin embargo, un bajista no se encuentra así como así. Es más, muchos conocidos míos que tienen un grupo se llevan parados meses cuando se les marcha el bajo. Ya sabéis; a todos nos gusta hacer air guitar mientras suena el riff de War Pigs, pero nadie le presta atención a la base de bajo (genialísimo “GeezerButler, pero de este señor hablaremos otro día).

 


 

Los Reyes Magos le han traído un bajo

 

Es por eso que para hacerse valer, el 50% de la base rítmica de una banda debe demostrar su valía con un esfuerzo añadido. Si sabes tocar tres o cuatro acordes con tu punta de flecha y tienes buena planta, es muy probable que te dejen asistir a los ensayos de algún grupillo. Por contra, un bajista sin sentido del ritmo se va a comer muy poco. Y si no es bueno de verdad, ni tiene cierto carisma y presencia, es probable que ni lo mencionen en la reseña del disco de su grupo en alguna web. Tanto es así que los bajistas más recordados y emblemáticos del metal son practicamente unos virtuosos de su instrumento: Steve DiGiorgio, Alex Webster... y alguno más que han tenido que pelear para que se les reconozca.


El asunto del desconocimiento del bajo es, creo yo, algo referente sobre todo al gran público. Considero que a un músico medianamente concienciado no es probable que le sude quién es el bajista de su banda, porque sin una base sólida ese músico sabe perfectamente que no hay nada qué hacer. Otra cosa muy distinta es que ese músico prescinda del trabajo de su bajista y lo ningunee por alguna razón, intentando mantenerlo al margen de todo. Y eso, queridos míos, lo que Metallica estuvo haciendo durante 15 años: pasando de la cara de Jason Newsted.

 


 

 

Este hombre ya era un incomprendido cuando el fenómeno emo no existía

 

Que Cliff Burton era muy grande no lo voy a discutir, porque estoy seguro: un bajista con un buen par. Un tío que pudo haber llegado todavía más lejos de no haber sido por la desgracia que todos conocemos. De lo que me gustaría hablaros hoy es de la figura de un muchacho al que, creo, no se le han reconocido los méritos que para mí ha tenido a lo largo de su carrera. Y han sido unos cuantos.


En primer lugar, la banda de la que Jason provenía, Flotsam&Jetsam, es uno de los grupos de speed/thrash metal más estupendásticos que he oído, y al que parece ser que de un tiempo a esta parte los metalheads están queriendo un poco más, después de ser un pelín ignorado por la masa metalera. Además de ser miembro fundador, su trabajo como bajista en esta formación es acojoneitor, no hay más que oír No Place For Disgrace para darse cuenta de lo que bullía en la cabeza del colega por aquellos entonces. En segundo lugar, Newsted se comió el marronazo de sustituir al idolatrado Cliff en Metallica, algo de lo que jamás podra escapar. Esa etiqueta le acompañará hasta la tumba, teniendo que presentarse de aquí en adelante no como “el tercer bajista de Metallica” (no olvidemos a Ron McGovney), sino como “el que entró cuando Cliff Burton se mató”. Bien sabéis como yo que esto que digo no es exagerado.

 


 

"Trece, quince...¡cabrones! ¡Mi porcentaje de royalties es más alto!

 

Siempre se ha dicho que Hetfield y compañía se tomaron un tiempo para la reflexión después del accidente de Cliff, y que estuvieron valorando incluso disolver el grupo, porque nadie podía reemplazar a su bajista. Finalmente decidieron seguir adelante y buscar a otro, que surgió tras una selección a la que se presentó un montón de peña. Salió Jason Newsted, escogido quiero creer que por sus grandes cualidades al bajo y por su experiencia.


Entonces, y aquí está la gran pregunta, ¿por qué mierdas el bajo del ...And Justice For All no suena? Metallica deciden traer a otra persona para que toque el bajo, y eso es asumir una serie de cosas. Cosas como que el trabajo de tu bajista está ahí, y es maravilloso que tú puedas oírlo pero también estaría de puta madre que quien se compre tu disco pueda oírlo también. Más que nada porque sino, el sonido queda un pelín culero.

 


 

Dicen las malas lenguas que con un bajo como este se grabó el Justice

 

Perdonad que me ponga así, pero me cabrea. Me cabrea porque Jason Newsted me parece un bajista cojonudo, y de nuevo paso de polémicas de si es uno mejor que el otro...Cliff y Jason no tienen nada, pero nada que ver. Vale, los dos tocan el bajo y tenían el pelo largo, para de contar. Burton tocaba con los dedos, Newsted con púa (algo que algunos fans siempre han criticado de éste último), Cliff tenía bigote/perillita y Jason no (vale, luego se la dejó), Newsted es más serio y Burton era más de liar el taco... aparte de que, quiero creer, Jason aportó algo a las composiciones de Metallica. Porque no creo yo que Lars Ulrich le dijera las bases que tenía que hacer. Eso ya estaría muy feo.


Pues nada, Newsted fue el marginado hasta el final. En los conciertos de aquella época, da la sensación de que todo es como una de esas coñas entre colegas de toda la vida, que el que llega nuevo a la pandilla nunca coge, y se queda fuera de sitio. No digo que Kirk Hammet y demás lo putearan, aunque Newsted declaró cuando se dio el piro que así fue, pero desde luego no le dieron el sitio que para mí merece. Y sí, estoy de acuerdo en que quizá hacer un solo de bajo en tu primer concierto sustituyendo a Cliff sea un poco de mal gusto. Nadie es perfecto, ostia.

 

 

"Brindo por todos los que me han criticado. Esta orina va por vosotros "

 

En el Black Album, Load y Reload parece que el asunto bajo se normalizó, y la produccion de esos 3 álbumes es muy distinta a la del anterior. Pero eso no cambió que, como digo, el nuevo bajista siguiera teniendo que ir a su rollo. Le ponía ganas, no hay más que ver el video del concierto de la gira del Justice, el Cunning Stunts o el S&M (disco que, tenía ganas de decirlo, no me hace nada de gracia), se ve que intentaba pasarlo lo mejor posible, mas sus compis de aventuras le daban un pelín la espalda. Que se tuvo que ir y todo, que no lo dejaban ni tener un grupo aparte.


Echobrain, Voivod... hasta con Ozzy ha tocado. Y si algo ha sabido siempre Ozzy es rodearse de músicos como la copa de un pino. Un fan sacó un álbum llamado ...And Justice For Jason (no es ninguna broma), que viene a ser el Justice normal con una pista de bajo añadida, lo que cambia la cosa enormemente: un album excelente se convierte, con un bajo bien metido, en una cosa de caérsete la baba; a mí se me cae desde luego. Newsted se cortó aquella melena-por-arriba-afeitado-por-abajo que tanto me mola (me parece el corte de pelo más thrash sucio que he visto) por normas de la casa, pero conservó el careto de “un día de estos les lío el taco a estos cabrones”. Lo lió, no hace falta decirlo.

 

El sustituto del sustituto, Robert Trujillo, es otro que toca el bajo del carajo, además de que lo hace con los dedos como muchos aficionados demandaban. Lo de este zagal es diferente: en Some Kind Of Monster, se ve la carita de los Hammet, Hefield y Ulrich viéndolo funcionar, y ellos mismos lo dicen, “lo mejor desde Cliff Burton”. Después, echadle un vistazo a algún video del grupo en directo, del 2003 en adelante: Trujillo va a su rollo porque le da la gana, y se está divirtiendo como un niño chico. Aparte, después de pasar por tantísimos grupos como ha pasado Robert, que los Metallica le dieran la patada me parece que se la traería al viento, porque más de uno se lo rifaba.

 

 

 

 

 


Con esta pinta, es que no hay huevos de echarlo

 

  

Historias para no dormir

Historias para no dormir Todo el mundo sabe que a los heavys nos va el rollito oscuro. Generaciones de asustaviejas de barrio y marginados de instituto así lo atestiguan. Las cosas que tienen que ver con monstruos del Averno, los misterios del Universo, las resacas y en general con las tinieblas nos atraen irremediablemente.

Además de haber adoptado (en gran parte gracias a los Judas Priest) el cuero o el sky chungo en nuestra vestimenta los jevos hemos hecho nuestro el color negro. Puedo jurarles que he visto dirigir miradas de odio a un grupo de aficionados al metal por no ir vestidos con el uniforme de rigor. Yo me pongo en su lugar, unos pantalones de pitillo en agosto tienen lo suyo.

Se admira por ende a los artistas del género que portan con orgullo ropajes pseudo-sadomaso y que han borrado de su vida el arcoiris. De quien les hablo hoy es un gran ejemplo de ello; incluso, para alegria y jolgorio del colectivo blackie, completa su figura maquillándose el rostro con formas fantasmales y siniestras. En su caso, no puedo asegurarles si ha sacrificado alguna virgen en el bosque para sentirse unido a la Naturaleza.

Como apoyo de la estética los metalheads de todo el mundo suelen gustar de cantantes que utilizen su voz como una alarma de reloj Casio gigante, convirtiendo la famosa proeza de Ella Fitzgerald de romper un vaso mediante la vibración de sus cuerdas vocales en una absoluta mariconada. No podemos negarlo, aunque en ocasiones quisieramos: un vocalista con voz de niña de cinco años nos vuelve locos. El ser humano sobre el que hoy les escribo consigue producir con el micrófono lo que vendría a ser una pelea en una guarderia, con chillidos que más parecen la queja de un perro cuando se le pisa la cola que una voz humana. Y no vean como mola.

Finalmente, desconozco la razón de que nos apasionen tan desmesuradamente las historias de miedito y/o cagaleri (igualmente nos ponen cachondos los cotilleos sobre personas de nuestro mismo colectivo, pero aún no he oído ninguna canción que hable de esto. Aprovecho para emplazarles a que me las envíen si las encuentran), pero es así. Supongo que será porque están chulas. Nuevamente, nuestro amigo ha usado cada uno de sus discos para contar un cuento de terror conceptual; porque esa es otra: desde que los powermetaleros de quince años fundamentan la bondad de la música que escuchan en que los grupos matadragones usan escalas y recursos de música clásica (grande Viruete ), muchos son los proyectos que se han presentado con la etiqueta de progresivo, o aludiendo a sus maravillosas y enrrevesadas composiciones para caerles bien a los melómanos; por desgracia o por suerte, sólo existieron unos Led Zeppelin.

Tras la información que les he facilitado, alguno de ustedes podrá preguntarse: ¿por qué ha incluído este tío en la categoría de olvidados a un señor que por lo que nos cuenta, debe ser la ostia consagrada del heavy? Pues precisamente porque la gente pasa de su puta cara.

King Diamond es el nombre al que responde este gran hombre. Compositor genial (siempre con la ayuda de Mr. Andy Larocque), contador de historias innato, jevy metá con dos cojones y un palito. Oscuro, conceptual, y según dicen buen chaval. Y la peña sigue mandándolo al carajo, o directamente desconociendo su obra.

Ningún disco realmente malo (aunque algún altibajo ha tenido; qué sería del rock sin ellos), conciertos sublimes en los que cabe señalar que utiliza un pie de micro que consiste en dos tibias humanas formando una cruz. Una gilipuertada que nos pone burracos. Grandes canciones, y podría seguir pero para qué, si por mucho que diga cosas buenas sobre Diamond los videos de Mötley Crue seguirán saliendo más que los suyos en VH1.

Tampoco sé esta vez los motivos que llevan a los headbangers a ignorar al danés. A lo mejor es que no tiene melena y eso les cabrea. Quizá es que más que el terror nos motiva el gore, y como no podemos decir huevos con aceite para cantar alguno de sus temas, ni nos molestamos en enterarnos de los que nos quiere decir en los álbumes. Tal vez no ha sabido hacerse la suficiente publicidad.

No quiero creer, aunque también es posible, que lo que nos ocurre es que somos carajotes; carajotura en el sentido de que al final, acabamos oyendo lo mismo de siempre. Con cabreo les digo que en mi caso, estoy de Numbers Ofs Thes Bests y de Painkillers hasta donde nunca da el Sol. Sí, sí, están guays, pero un rato. Pero siempre volvemos a la rutina musical, recuperando el Kings Of Metal de la estantería del tito Enrique, alias El Accept, y asándonos con la chupa en pleno agosto.

Les juro que en los momentos en los que pienso en estas cosas, me arrepiento un poquito de haber dejado Psicología. Hay tantas personas que necesitan ayuda...


No problem

No problem

 

No me he documentado lo suficiente, pero en mis devaneos habituales por Internet no he encontrado demasiados comentarios, por no decir casi ninguno, de la serie de las que les voy a hablar hoy. Y eso que para mí es una de las mejores que la caja tonta ha ofrecido en toda la historia.

Tuve una época de enganche a la televisión bastante profundo. No sé de donde sacaba el tiempo, el caso es que me tragaba impunemente cualquier programilla que estuviera medianamente bien. Si la generación anterior a la mía presume de haber vivido la era de dibujos animados como Heidi, Marco o Jem Chica Pop nosotros podemos presumir de haber presenciado la era de las reposiciones, donde todas esos programas y alguno más fueron nuevamente emitidos con el inconfundible savoir-fair de los programadores televisivos patrios, en el que capítulos repetidos hasta la saciedad (véase la entrada para Antena 3 en Wikipedia) se veían acompañados por un baile de temporadas y saltos espaciales que hacía prácticamente imposible pillar de qué coño iba la historia. Sin embargo, nuestra inteligencia superior o quizá la radiación que producen los rayos catódicos nos permitía enterarnos del asunto. Eran buenos tiempos.

Además de mi natural atracción por los dibus disfrutaba igualmente de algunas series, en su mayoría americanas por darme por culo desde siempre el 99% de las producciones españolas. Eso sí, tengo que reconocer que me tragué como un cabrón Médico de Familia; el que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Curiosamente, y como posteriormente viene siendo costumbre en mi vida, estos simpáticos espacios televisivos sólo eran vistos por mí o algún descarriado más. Dejando aparte El Mundo de Beakman, que visionaba sin parpadear durante mi etapa de amor por la ciencia (que duró poco, todo hay que decirlo), mi otro gran fetiche era Parker Lewis Nunca Pierde.

Quizá algunos de ustedes la recuerden; para los que no, la serie se desarrollaba en un instituto, donde el protagonista y sus dos mejores amigos vivían las típicas situaciones presentes en cualquier serie destinada a adolescentes. El encanto de Parker Lewis era que éste tenía prácticamente el control del centro de estudios, con cámaras colocadas por toda la escuela, una lista de excusas válidas para Musso (la terrible y prototípica directora, que por supuesto contaba con los servicios de el odiable y prototípico pelota) y todo un sinfín de cacharros que convertían la vida estudiantil en la juerga que al menos a mí me hubiera gustado disfrutar.

No podía faltar igualmente el alumno tragón, un poco bobote y de buen corazón encarnado en el personaje de Kubiak, estrella del tópico equipo de futbol americano del cole y que solía repetir la frase comida, ahora tras la que era agasajado con un pescado vivo que engullía mientras le daba coletazos en los labios; tampoco nos libramos en esta serie del nerd de turno, en esta ocasión llamado Jerry y compañero inseparable de Parker, para el que trabaja y al que acompaña en sus planes para seguir llevando la vidorra que se pegaba el muchacho. El otro secuaz de Lewis responde al nombre de Mickey (obviaremos los chistes de dibujantes congelados), rockero de pantalones ajustados y pendientito en la oreja, que como no podía ser de otro modo toca la guitarra y se pasa el tiempo ligando lo que puede.

A estos personajes hay que añadirles un millar de estereotipos más: la hermana insufrible, los padres que no se enteran de nada, el competidor por la hegemonía del instituto que casi le cuesta al prota un disgusto, las chicas de las que es imposible no enamorarse...todo muy sencillo y en cierto modo previsible.

Como ya he dicho, a pesar de que realmente el trasfondo de la serie no es más que la repetición de los argumentos de siempre la forma de plantearlos y las situaciones, en ciertos momentos surrealistas pero geniales, convierten a Parker Lewis Nunca Pierde en una referencia que por desgracia no siguieron demasiados los creadores de otros productos televisivos que fueron surgiendo posteriormente.

A todo esto hay que añadirle la estética de primeros de los 90, donde la década anterior seguía latente en el espíritu de la juventud, y el hecho de que en cada capítulo se trataban temas que no por conocidos eran menos interesantes: la música, el primer amor, la distancia generacional entre jóvenes y adultos, los estudios y un sinfín más de problemas que se desgranaban durante los 71 capítulos que según Imdb duró la serie.

Cojonudo todo, sí señor. Que guay para verla con los colegas. Y una vez más, no me explico por qué, según parece, nadie recuerda o considera digno de elogio este increíble programa. ¿Quizá incompatibilidad de horarios? ¿A lo mejor a la peña Parker le caía mal? Lo entiendo, en ciertos momentos puede resultar repelente, pero tampoco creo que sea para hacerle la cruz. ¿Los colores chillones habituales en las camisas del actor producía el conocido efecto epilepsia de anime japonés? Os pido ayuda para que me digáis por qué cojones la gente pasa de Parker Lewis. Lo único que es seguro es que Cristina y yo hablaremos de Parker, para engrandecer aún más aunque parezca difícil nuestro particular Universo. Engrandezcan ustedes mi confianza en el futuro del planeta y comenten algo, por Dios.

No le dé Coca-cola, que le va da má sé

No le dé Coca-cola, que le va da má sé

 

En esta vida hay ciertas cosas que van irremediablemente unidas: el aceite y el vinagre en un solo cacharro en los restaurantes, el dolor de cabeza y la Aspirina, un disco nuevo de El Canto del Loco y la progresiva pérdida de fe en el ser humano... Los componentes de esos binomios no tendrían demasiado sentido por separado, e incluso se nos hace cuesta arriba imaginarlo.

Hasta hace poco, otra de esas parejas to the de death me había acompañado en innumerables noches de farra y resaca posterior: Jb con Seven Up. La universidad de la calle demostró una vez más su sapiencia al crear una bebida con la suficiente cantidad de refresco para los que no somos tan machos como para beber whisky solo y con el toque de alcohol lo bastante elevado como para excusar las gilipolleces que uno hace cuando va pedo. A pesar de conocer el código de honor de los cubalibres, alguna vez probé Jb con hielo (sin agua adicional) con el riesgo para mi salud que eso representa, pero nunca me atreví a regarme el paladar con Seven Up.

Un día, viendo como Cristina se tragaba el contenido de una botella de 20cl del refresco en cuestión, decidí hacer de tripas corazón y hacer caso omiso una vez más de la ley del borracho weekendal al pidiéndome un Seven Up sin aditivos de ninguna clase.

Y he aquí que surgío este artículo. El hijoputa está bueno. No sólo eso, quita la sed. Si mi madre leyera esto, seguramente me diría otra de sus lapidarias frases: "lo mejor pa la sed es beber agua". Vale mamá, pero ten en cuenta que pedir H2O en un bar tal como están las cosas puede acabar en disputa, y además si te diera la razón no quedaría como el joven rebelde al que quiero representar y, que coño, se me jodería el artículo.

A lo que iba. Una bebida carbonatada, con todas las mierdas e incluso otras nuevas que las que pueda tener cualquier derivado del Coca-cola o Fanta, y encima deposita en tu boca un sabor agradable y realmente refrescante. Sin embargo, la gente no se lo bebe. El corolario Jb-Seven Up continúa imbatible.

Esto me lleva a pensar que la peña no es tan valiente como dice, y todos esos gañanes que aseguran que el alcohol solo puede ir acompañado por unos toques de agua del grifo son más fantasmas que Gasparín. Esos falsos héroes quizá elijan el Seven Up como compañía de su garrafón porque no le quita tanto el sabor ni el color como la Pepsi, y de ese modo pueden obviar que no son más que uno de esos maricas que no saben beber de los que tanto se quejan.

Por otra parte, tenemos la posibilidad de que esta ligazón no sea otra cosa que producto de cientos de años de imitación de nuestros mayores, famosos por agotar las existencias de Seven Up y "whisky" de las más selectas discotecas y antros de perversión del planeta.

Una vez más, la respuesta a la pregunta de por qué cojones no bebemos Seven Up si está del carajo queda sin contestar. Al final va a resultar que el refresco de marras nada más nos gusta a Cristina y a mí, como tantas otras cosas cuya belleza queda reservada sólo para los sentidos de ella y míos.

Y si no hace cré, no es Matutano

Y si no hace cré, no es Matutano

 

Toda la vida he acumulado grasa en el perímetro abdominal. De un tiempo a esta parte y gracias a un cuidado meticuloso de mi dieta, que he vuelto a dejar a su libre albedrío he sido capaz de espigar mi figura un poco. Lo importante es que mi complexión fuerte me ha convertido en un gran conocedor de la inmensa mayoría de mierdas de comer que existen o han existido.

Desde siempre me han molado los snacks de paquete. Y digo snacks, además de para hacerme el interesante, porque no sólo de patatas fritas vive el gordo. Los hijosdeputa insensibles y sin escrúpulos de los creadores de aperitivos y chucheridas han sacado al mercado una ingente cantidad de porquerías culinarías a cual más apetecible y dañina para el cuerpo. Una de las empresas más antiguas y queridas por mí es Matutano. Desde la Pandilla Drakis, pasando por los Pelotazos o aquellos colmillitos de vampiro de los que nunca más se supo y que estaban de muerte estos simpáticos señores han llenado mis dedos de zurrapa de Fritos y la bolsa de basura de mi hogar con infames pegatinas y rascas-ys-ganas que a nadie le tocaron nunca (deberían haber aprendido de los que fabricaban las botellitas).

Antaño, no comía otra cosa que Ruffles al Jamón. Bueno, a lo que ellos decían que era jamón; si todos los sabores son así en el País Matutano no me importaría chupar una mierda fresca. Más tarde, probé los Bocabits, que en mi mente trastornada siempre me han sugerido un pantallazo azul de Windows en mi antiguo Pentium 166 (Mmx, of course). De Doritos y cía. mejor no hablar; aún tengo fresco en mi memoria el descomunal apretón que sufrí la última vez que los comí. Hace no mucho tiempo el hombre volvió a hacer historia y se pusieron en venta las Ruffles Yorkeso, lo que junto a la teoría de la relatividad y los pollos de goma con polea suponen la perpetuación de la hegemonía del ser humano en la Tierra.

Sin embargo, a pesar de haber tenido los santos cojones de llevarme a la boca cosas como las Lays Campesinas, pocas veces he tenido la sangre fría de acudir para matar el gusanillo a el producto alimenticio abandonado por excelencia: Las Ruffles Onduladas.

Vale, todas las patatas de sabor de las Ruffles clásicas eran onduladas; me refiero más en concreto a las que su condición era también su nombre. Estos tímidos tubérculos cortados en láminas finas y fritos a altas temperaturas se han colado en mi vida estos 21 años, pero como imagino que al resto de existencias, no me han aportado nada.

Iba al cumpleaños de un colega a comer sandwiches de jamón york y queso metidos en plástico transparente y a echar gusanitos en un vaso de Coca-Cola, y después de todo el estropicio que se organizaba en la sufrida cocina de su santa madre, siempre había un plato que se mantenía prácticamente igual que cuando llegaba. No era otro que el que estaba lleno a rebosar de las malogradas Onduladas, que a pesar de poseer un bonito color amarillo-fuerte-casi-brillante y un tacto agradable a la boca eran desechadas incluso para las gamberradas de turno.

En otros artículos en los que también les he hablado de los parias de la sociedad occidental siempre les he dado alguna razón por las que considero que los rememorados debían ser tomados en mayor consideración; en esta ocasión pongo sobre la mesa virtual las cualidades que a mi parecer justifican totalmente la desidia que provocan las protagonistas de este post.

En primer lugar, y más importante, las Onduladas no saben a nada. Quizá no sea totalmente cierto: les pasa como al suero fisiológico, que en teoría no tiene sabor pero realmente acaricia las papilas gustativas con algo que se parece a tomar un bocado de aire. Comerse un paquete de Ruffles de este sabor es o bien un sustitutivo de los cigarrillos si se quiere dejar el vicio o la última opción de un obeso desesperado. Las de Jamón saben a todo menos al alimento que representan, pero al menos saben a algo que a mi me volvía y me vuelve loco. Las 3D tienen un toque raro que cuando aprenda a distinguir lo distintos conservantes cancerígenos que las constituyen podré detallarles, pero las Onduladas son absolutamente inocuas.

En segundo lugar, al menos en todos los quioscos y bares de mi barrio, con las Onduladas nunca regalan un carajo. No sé como se las ingenian mis vecinos comerciantes pero jamás he visto un paquete de Ruffles Onduladas "con sal" (apelativo que intenta sin éxito atraer a personas como mi padre, capaces de espolvorear de sal una lubina a la sal) que tenga adherido la famosa tirita de plástico translúcido con la promoción de turno dando tazos o estupideces de la misma índole. Así no se gana al público infantil, queridos.

Por último, siempre me ha tirado para atrás saber que gastarse 30 céntimos en unas Onduladas era como comprarte un filete crudo y comértelo sin cocinar. Vengo a decir que de las Onduladas derivan todas las demás, son la matería prima con la que se elaboran el resto de familia de patatas Ruffles.

Como ven, no defiendo a las Onduladas, sino que entiendo por una vez que algo sea relegado a un segundo plano. Sin embargo, las siguen vendiendo. Supongo que será porque no todo el mundo tiene mis neuras. Viva la Globalización, cagón Dió.

 

Voz en off

Voz en off

 

Hace poco, por aquello del Día del Orgullo Friki me acordé de Star Wars. Precisamente pensando en las pelis se me ocurrió un nuevo artículo para el blog, una vez más hablando de algo olvidado, en esta ocasión de la saga espacial por antonomasía, con permiso de los enfervorecidos trekies del mundo entero.

Más allá de todo el grandísimo culebrón que sirve de transfondo a la historia, la Guerra de las Galaxias no es más que una metáfora de la lucha entre el Bien y el Mal. Hay un grupo de buenos, los Rebeldes y toda la peña que los acompaña, y los malos malísimos, cuya cabeza visible corresponde a la del descarriado Jedi Darth Vader, Anakin para los amigos y fans de la saga. Entre los protagonistas de la historia ya se sabe: su romance correspondiente, las situaciones humorísticas de rigor, un grupo de Soldados Imperiales sin puntería no puede tocarme con sus láseres, etc. Al otro lado (sí, el Lado Oscuro, que lo estaban deseando), Lucas tampoco fue muy innovador en la base en la que se apoyan las diversas circunstancias por las que van pasando los antagonistas del cuentecillo. Sin embargo, creo que a lo largo de la historia a muchísimos mortales se nos ha pasado por alto una figura para mí clave en el universo starwariano, y sin cuya presencia habría sido prácticamente inviable la sucesión de acontecimientos que se nos relata en los distintos fims de la doble trilogía.

A todos se nos hace el culo Pepsicola cuando vemos atravesar los pasillos de cualquier nave al celebérrimo Darth Vader, y daríamos alguna que otra extremidad con tal de ser capaces de estrangular desde la lejanía al abusón de turno. En algún sitio leí que el malogrado caballero Jedi encabeza la lista de los mejores malos de la historia. Y es aquí donde me gustaría empezar mi disertación. Se nos ha olvidado al creador del monstruo, al instigador del Apocalipsis en la débil personalidad de Skywalker padre, al verdadero cerebro maligno de todo el meollo.

No es otro que el Emperador. Este simpático hombrecillo, que en un foto-montaje que rula por Internet y de cuya visión me empiezo a artar se le compara con el actual pontífice Benedicto XVI, es el culpable de que Luke, Han, Leia y sus amiguitos lo pasen putas durante las tres primeras partes de la saga, y es el loco cabrón que les jode la existencia a Yoda, Obi-Wan y sus compinches en las otras tres cintas. Su carrera, como la de cualquier político que se precie, está cimentada sobre el odio, el deseo de poder y el afán de encabronar a todos los seres que le rodean, en un acto de misoginia exhacerbado. En su caso, hay una diferencia con el resto de los dirigentes de otros partidos: él al principio iba de buen rollito.

Recordemos que por su culpa, el travieso Anakin se convirtió en el maligno y cruel Vader; no podemos olvidar tampoco que sus planes de dominio interestelar estuvieron a punto de costarle a los Rebeldes un mayúsculo dolor de cabeza. Como el tétanos, que parece que no está pero ahí lo tienen incubando dolor, el señor Emperador trazó en su mente el auténtico desbarajuste del bienestar planetario que a todos traía por el camino de la amargura.

Curiosamente, no creo equivocarme cuando digo que sea probáblemente uno de los personajes de los que menos se habla, o al menos con menos entusiasmo, de todos los que pueblan Star Wars. Vader está chulo, a todos nos cae bien Constantino Romero (o James Earl Jones a los anglosajones); Harrison Ford tiene un polvo y en Luke todos hemos encontrado el pardillo-que-salva-la-galaxia que nos gustaría ser. Natalie Portman tiene su mérito por haber tenido la valentía de llevar puestos los despropósitos que los encargados de vestuario llamaban trajes, y Samuel L. Jackson nos tiene tan acostumbrados a aparecer en todas las malditas películas del mundo que no hay nada que decir sobre él. Incluso aquel engendro llamado Jar Jar Binks, que protagonizó cientos de flash animados donde podíamos descargar nuestra rabia sobre él, ha merecido más atención que la madre del cordero, en este caso el padre.

Como ya comenté en otro artículo anterior, parece que si no llevas un traje molón, no tienes cojones de ponerte un par de ensaimadas en la cabeza y emular a la dama de Elche, o si tus arrugadas manos ya no están como para sujetar espadas láser, a la gente se le pasa por alto tu presencia, incluso si resulta que eres el que corta el bacalao. El Emperador era el cerebro, el puto amo del tema, y si se ve a alguien caracterizado como él en algún Salón del Manga es porque con una cortina vieja se puede hacer una túnica. Seguramente haya otros que piensen como yo, pero es muy probable que en sus blogs se dediquen a destapar curiosidades estúpidas y huevos de Pascua de las distintas ediciones en dvd de las películas en vez de reivindicar tan importante figura.

No piensen que nuestro amigo Emperador es el único jefazo que pasa desapercibido. El Rector de mi facultad, el que enseñó a luchar a Bruce Lee, el encargado del supermercado de su barrio sufren igualmente el anonimato al que condena el no ser suficientemente chuli. La mujer de Ozzy Osbourne también podría entrar en esta lista, ya que normalmente cuando alguien piensa en ella se suele acordar de sus familiares ya fallecidos antes que de la señora en sí misma.

Recuerden: un ser humano suele tener uno o varios mentores por detrás. En el caso de Platón, no puede ser más literal la frase.

Uno trabajando y tres mirando

Uno trabajando y tres mirando

 

Hoy abriré mi corazón ante ustedes un poco más. Me mola la música electrónica. Pero la hermosa, la de toda la vida, esa que venía en un cassette que a tu hermano mayor le había pasado el Dj de la discoteca local de moda. De perreos, pa mi morena pa mi guerrera y demás atentados contra el gusto en general pueden buscar información en Wikipedia y en la bitácora de algún quinceañero amante de los Nike de muelles y de la joyería ostentosa.

Me quiero centrar en, para mí, el grupo por excelencia de las noches en cualquier antro de bailoteo decente. Me refiero a The Prodigy. Pioneros del rave, instigadores del fenómeno break a mediados de los 90 y primeros en tantos otros géneros que no conozco, esta cuadrilla de señores ha inundado de toscas canciones todos los reproductores musicales que he poseído a lo largo de mi vida. Concretamente quiero hablarles del alma de este proyecto, compositor, dj y líder de la banda.

El señor del que les hablo responde al nombre de Liam Howlett. De su mente y sus manos han salido temas como Out Of Space, No Good (Start To Dance), Firestarter o Smack My Bitch Up. Además de manejar los sintetizadores, esta buenísima persona se encarga de tocar el teclado, introducir los riffs de guitarra y programar las baterías. Un currelo, vamos. Pero, una vez más, la historia es injusta y ha concedido más protagonismo a los dos, antaño tres personajes que le acompañan en su periplo por los pastillódromos del Universo.

Todos conocen a Keith, el muchacho que extendió el característicamente cani corte de pelo cenicero y promovió sin saberlo el consumo de estupefacientes cuando sus jóvenes admiradores querían imitar sus exagerados movimientos mandibulares y corporales. Maxim, el negrales con nariz de boxeador que suele introducir alguna frase rapeada en los discos de The Prodigy saltó a la fama cuando en los videoclips de Fat Of The Land le dio por aparecer con unas lentillas que le ponían ojos de gato. Sobre el tema de Leeroy correremos un tupido velo, pues sus propios compañeros pasaron de él como de la mierda y lo echaron. Normal, su único aporte al grupo era hacer el capullo sobre el escenario bailoteando las canciones.

Como ya hemos dicho, Keith molaba porque era un ejemplo a seguir para millones de púbers ansiosos por encontrar un modelo con el que justificar su actitud. Un negro enorme rapeando siempre está chulo, en eso Maxim no tenía problemas. Mas Liam no tenía nada que lo hiciera resaltar ante los impresionables ojos de la juventud. La coña es que The Prodigy es él. Hasta el tercer disco de estudio, obviando el último tema de The Prodigy Experience que por ser en directo era cantado por Keith, el resto de componentes de la banda no hacían absolutamente nada. Bueno sí, repartirse beneficios a costa del talento de su amigo el rubiales.

Ante esto yo saco una conclusión: los punkys van a tener razón, y verdaderamente no importa que no sepas tocar ningún instrumento, que no hayas compuesto un tema en tu vida o que tu manera de bailar le diera vergüenza al mismísimo Musiquito. Lo importante son las pintas y la actitud. ¿Qué más da que hayas creado varios de los mejores temas de la historia de la música electrónica? ¿Qué importa si llevas en la sombra la responsabilidad de contentar a ese grupo de gente tan exigente como el que suele escuchar tu música (nótese la ironía)? Si no tienes un corte de pelo guay o tu piel no luce un impresionante color ébano, jamás saldrás en los libros.

Por eso, recuerda: Iron Maiden sin sus roadies no serían nada. O algo así.