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Filosofía de un aspirante a filósofo

De cine y otros ochenterismos

Ayer tuve un día cinéfilo. Tengo muchas películas por ver en casa, pero mi pereza patológica me impide rebuscar entre las tarrinas de cedeces alguna que me apetezca visionar.


Entre las que cayeron se encontraba Porco Rosso, anime que si bien ya conocía y tenía ganas de ver, no fue hasta que leí un fantástico artículo del siempre imprescindible blog El Predicador Malvado que me picó la curiosidad del todo por disfrutar de la película. Y desde luego que el film me encantó.

 


Una representación conceptual de la idea de hombre de ciertos grupos feministas

 

Tras verlo me sucedió como con South Park, otra de las películas que me tragué (a pesar de que, como os dije hace tiempo en un artículo , el humor procaz no iba conmigo últimamente): prescindí del posible mensaje más “trascendental y filosófico” de la cinta, ese que tan bien cuenta en el caso de Porco Rosso El Predicador, y me decanté por lo frívolo de todo el asunto. Una estupenda película de entretenimiento.


Ahí es donde quería llegar. ¿Por qué hoy, salvo contadas excepciones, ya no se hace cine comercial y divertido de calidad? Sí, exacto, como en los ochenta. ¿Quizá el cine de hace 20 años nos divierte porque lo vimos hace mucho tiempo, y pudimos pasar por alto que las películas eran una puta mierda? No lo creo, porque años después volví a ver pelis de Indiana Jones, Regreso al Futuro o Halloween (sí, anterior a los 80 pero germen del aluvión de cine slasher teen ochentero) y me parecen que cumplen su cometido con creces.

 

Esa es la coña. Hoy en día todo tiene que ser absoluta y concienzudamente profundo y conceptualmente abrumador para ser considerado digno. Es curioso como es en los 90, cuando el fenomeno del consumismo está completamente asumido (supongo que en parte debido a esto), cuando surge una devaluación de los “productos culturales” comerciales. A grandes rasgos: lo bueno no vende, lo malo sí. No puede existir nada relacionado con la cultura que sea en cierto modo simple y de usar y tirar.

 


"Ahora en vez de buscar tesoros tengo que escribir una columna semanal de opinión en El País. Tócate los cojones"

 

¿Acaso Michael J. Fox con unas deportivas de lengüeta gigante no es cultura? ¿De verdad un arqueólogo tiene que hacer trabajo de despacho, y no puede ponerse un látigo al cinto, coger un revólver e irse por ahí a buscar tesoros? Creo que el cine de entretenimiento ochentero contaba historias sencillas pero efectivas, con las que te lo pasabas en grande. Hoy, cualquier día te ponen el menú en el McDonald con cuchillo y tenedor.

 


Los 80 en una sola imagen

 

Por suerte, siguen saliendo actualmente cosas como John Rambo, que por lo visto en las noticias de la gran Cine Cutre , promete. Hay que ver esa puta película, diantre,

 

 

Sí señor, con dos cojones

 

Piensa mal y acertarás

Mientras preparamos la sorpresa bloguera que les hará, parafraseando a un colega, cagarse y peerse, me gustaría dejarles una reflexión que se me vino ayer a la cabeza paseando con Cristina por el centro de la ciudad.

Ibamos por la famosa calle Sierpes charlando sobre libros oscuros y malditos, películas de serie z y todas esas cosillas que tanto nos molan y vimos de lejos una imagen dantesca: un señor vestido con un esmoquin de telilla fina, unos grandes zapatones y una cabeza de Mickey Mouse. Se trataba de uno de los muchos pedigüeños que se arremolinan en el caso antiguo de Sevilla para ganarse la vida (o según otras versiones para pagarse un cartón de vino), valiéndose de artimañas varias para conseguir unas monedas.

Lo chungo del asunto es que se había quitado los guantes del disfraz y llevaba las manos al descubierto, lo que unido a la conversación que manteníamos mi novia y yo nos hizo estremecer. Parecía un ser mitad humano-mitad dibujo animado, perfecto para cualquier relato de terror de tres al cuarto.

A bote pronto se me vinieron a la cabeza los músicos de apoyo que Korn lleva ultimamente en directo, que van ataviados con máscaras de animales y que dan mal rollito. Más tarde, no pudimos evitar la coña de que el traje del zagal en cuestión era el modus operandi con el que el tío guarro se acercaba a los tiernos e inocentes infantes que tímidamente se acercaban para hacerse una foto con él o pedirle el típico perro-globo, momento en el que el depravado aprovechaba para acariciarles con lascivia el cuerpecito y olerle con gesto vicioso el pelo entre gemidos de placer.

Este pensamiento nuestro, que inicialmente puede parecer una de esas bromas macabras y de mal gusto que en ocasiones nos gusta soltar (y que, todo hay que decirlo, suelen estar muy bien traídas), quizá no ande tan desencaminado del que a otras muchas personas se les pueda pasar en un momento dado por el cerebro. Y es que tengo que decirles que aquel famoso pensamiento de no recuerdo quién que aseguraba que el ser humano es bueno por naturaleza me parece una soberana tontería.

Confiésenlo: si gustan del humor chafardero que a veces desplegamos Cristina y yo, quizá hayan sonreído al leer lo que se nos ocurrió cuando vimos al muchacho de marras por la calle; y después y aunque sólo por un segundo les ha asaltado la duda de si nuestra cruel idea no fuera un simple comentario sino una verdad como un templo. Porque amiguitos, quien más quien menos ha sentido alguna vez cuando ha visto a un ser extraño comportarse de modo sospechoso cierta picazón en la nuca: señales nerviosas que recorren la medula espinal como defensa preventiva de nuestro organismo ante lo que pudiera ser una amenaza, cuando en el 90% de los casos el peligro en cuestión no es más que el producto de cientos de años de educación en el temor a lo ajeno.

Desde pequeños, nos previenen de los extraños; mi progenitor mismo nos ha contado a mis hermanos y a mí un cuentecillo cuya moraleja final es no fiarse ni del padre de uno. La razón de esta particular pedagogía responde, creo yo, al miedo y rechazo que desde que el hombre es hombre nos produce todo lo que se aleja de nuestro contexto más cercano. Lo curioso es que este sentimiento se ha grabado a fuego en el inconsciente colectivo mediante infinidad de situaciones concretas que nos han demostrado que efectivamente, lo que no tiene que ver con nuestra familia directa, nuestra pareja y algún amigo muy próximo a nosotros merece que le demos la espalda e incluso que lleguemos a defendernos de ello.

En el caso que les planteo en este tostón de post, el hecho de que el color oscuro de las manos del disfrazado seguramente se deba a que pertenece a otra etnia hace que nuestro automático e implícito miedo se acentúe aún más; no se debe solamente a un problema de racismo, sino a saber que perteneciendo a otra cultura y región lejana a la nuestra, debemos poner más ojos aún en vigilar al portador de nuestros recelos.

Ya se lo dije: el ser humano es bueno por naturaleza es lo mismo que decir Nocilla de dos sabores: no ha calado apenas nada en nosotros. No sé si somos muy pesimistas o demasiado realistas, el caso es que sentimos aversión, queramos o no, a lo nuevo y desconocido. Además de la educación, todos esos momentos en que te han puteado la vida y en los que has pensado aquella famosa frase de amigos, tu padre y tu madre, han hecho más fuertes los cimientos de la desconfianza hacia los otros. Tampoco es que todos seamos unos hijos de la grandísima puta, pero precisamente la santidad y la beatitud no constituyen nuestro espíritu.

Ahora entiendo porque me suelen caer mal los perroflautas. Además de ser extraños, se fían de la gente. El día que se acuerden de que al final sólo quedarán las cucarachas, a tomar por culo la solidaridad.

Nunca positifo

 

No sé si alguna vez les he comentado que estudio Filosofía. De cómo me va en la carrera ya hablaremos otro día; ahora me gustaría centrarme en algo que hemos visto en clase hace no mucho (yo más bien lo he visto en los apuntes, no dentro del aula) y que me ha hecho sonreír.

Tengo grabado en mi mente una imagen de un telediario de hace años donde se veía como unos simpáticos franceses se dedicaban a tirar cajas enteras de fruta al suelo, sacadas de camiones españoles. Yo, que por aquel entonces aún no había desarrollado por completo la amalgama de creencias y formas de pensar que constituyen mi heterogénea ideología me indigné y me cabreé. El enfado me ha durado un buen tiempo, hasta que escuché a los Gojira y me di cuenta de que los franceses también podían hacer cosas bien. Leyendo extractos de varios libros de un filósofo franchute, mi tirria hacia el país vecino ha disminuido un poquito más. Si alguien me pasa una peli en la que se sodomice al prototípico mimo con camiseta a rayas y boina parisina probablemente desaparezca del todo.

El pensador del que les hablo responde al nombre de Edgar Morin. Este señor, que probablemente ha leído a mi amigo Federico Guillermo Nietzsche, tiene entre sus teorías una que responde al Método de la Complejidad, y en el que entre otras cosas, le da caña a toda la ciencia positivista occidental. Bien por ti, Edgarcito.

Uno no es que sea un anti-científico; cuando me duele la cabeza me tomo un Eferalgan y cada día incluyo en mis oraciones al que inventó el profiláctico. Sin embargo, supongo que influenciado tanto por El Ocaso de los Ídolos como por el Discurso del Método el mundo intelectual que tanto agrada al profesor Frintz de los Simpsons en ocasiones me produce úlceras. Más que nada, porque me parece que lo del Superhombre lo entendieron mal, y nos quieren hacer creer que hasta que llegaron ellos no merecía la pena vivir en nuestro querido planeta. Como si la alquimia hubiera desaparecido del todo.

El susodicho Método de la Complejidad, a grandes rasgos, postula que para comprender y solventar las contradicciones que a los científicos y al ser humano en general le vayan surgiendo hay que estudiar y tener presente el objeto principal de la investigación, pero también su entorno, su ecosistema (nos ha salido perroflauta el muchacho), las circunstancias que corresponden al sujeto en sí e igualmente, hay que poner nuestros curiosos ojos en nosotros mismos como investigadores que somos. Según Morin, la tradición científica modernista está equivocada al pensar que la aparente complejidad de las cosas encierra una simpleza apabullante, cuando probablemente sea al contrario. El francés afirma en su teoría que hasta ahora, cuando un científico se encontraba una contradicción no la resolvía, sino que procuraba aplicar alguna fórmula para taparla. Una vez más, ole tus cojones Edgar Morin.

Me pongo moña y pienso: imagínense una relación de pareja sin los detallitos. Piensen en una rutina sin sonrisas, sin coger de la mano a su novio/a y sentir el calor que algunos químicos llaman feromonas y yo llamo cariño, intenten concebir el cigarro después del polvo como un mero hecho circunstancial ajeno al amor. Creo que es un buen ejemplo de lo que representa el paradigma positivista. Jodido. Esto no es un alegato en contra de eso que nombran como progreso. No es más que la llamada de atención de un perroflauta, y francés además, con la que por una vez estoy de acuerdo. Resumiendo: no se confíen de los prospectos de la farmacia, y escuchen un poquito más a su abuela. Que el Renacimiento no significa pre-Siglo de las Luces, sino que es una étapa en sí mismo.

El mañana de los jóvenes

 

Ayer noche Cristina y yo estuvimos de paseíto por San Pedro, una plaza céntrica de mi ciudad conocida por albergar a multitud de jóvenes heavys, hippyes, alternativos e incluso canis. Uno de aquellos muchachos, que a juzgar por su estatura, voz y ademanes, no debía pasar de los 13 años, portaba un corte de pelo que me hizo estremecer: flequillito emo.

Esto del emo yo lo veo como una moda absurda que espero que pase pronto. Para mí un emo es un gafapasta que quiere ser gótico, pero como no tiene dinero para comprarse un abrigo 3/4 de cuero negro en E-bay se corta el pelo con un flequillo de medio lado cortinesco, se pilla unas Converse negras y blancas, se pone camisa con corbata hasta para ir al parque y escucha un tipo de música de la que hace unos meses oí una muestra y llegué a pensar que el mundo se acababa. Es como querer ser oscuro, extremo, y quedarse en el canto del duro. ¿Qué digo duro? Del céntimo.

La cosa es que me sorprendió que un chiquillo tan jovencito se hubiera metido a eso, seguramente arrastrado por su amigo mayor ese que tanto liga porque escribe poemas que se inspiran en Asi Habló Zaratustra de Nietzsche. Me he estado planteando si va a ser verdad eso de que la juventud somos unos desalmados, en todo el sentido del término, unos golfos y unos panás. No niego que en esas edades uno empieza a buscar su identidad, y lo mismo se llena el cuello de oros y se compra una moto para quitarle los topes y hacer caballitos a 90 Km/h que una buena mañana despierta a la vecina de arriba con el Painkiller. Lo que me da miedo es que los púbers se están metiendo en un berenjenal que dentro de unos meses dejará de estar en boca de todos, y entonces se verán más jodidos que antes, pues tendrán que tirar a la basura sus camisas de cuadros negros y rojos y las chapitas de La Novia Cadáver. Lo peor de todo es que cuando eso pase, no solo perderán la popularidad sino el modelo con el que identificarse, y entonces es cuando empiezan a llegar tarde a sus casas porque han estado dando tumbos por las calles buscando desesperadamente una nueva corriente que seguir.

Vale, me habéis pillado. Me llena de rabia el rollo emo ese. Con lo fácil que es cortarle las mangas a una chaqueta vaquera y llenarla de parches...

El futuro de la música tomando una cerveza

 

Anoche me encontré con un colega al que hace tiempo que no veía. El muchacho en cuestión tiene un grupo de thrash metal, ole sus cojones. El caso es que hace poco han sacado una maqueta.

Al margen de el contenido de ésta, que por lo que he oído mola bastante, comentando con Manu (mi colega) los avatares de la distribución de la susodicha maqueta me dijo algo que me gustó un mucho: "Si eso me pides la maqueta y te la paso, y de paso me haces publicidad. ¿Venderla, como algunos capullos que van por ahí que se la venden hasta a sus colegas? Cuando saquemos el disco, si es que lo sacamos, el que sea colega lo comprará y el que no se lo pillará igualmente".

De el tema de la piratería ya se ha hablado bastante, pero creo que el comentario de este señor resume claramente mi opinión acerca del tema. Hoy en día, vender discos originales está jodido, y mucho. Hace no mucho tiempo, cuando la quema de tarrinas Princo aún no estaba desarrollada pero existían las cassettes que te grababa el amigacho de turno, molaba comprarse discos en la tienda porque existían esas tiendas, y el precio era menos elevado. Actualmente, teniendo en cuenta el desarrollo de la descarga de cedés y lo que compensa pillar de una tacada 100 compact-discs vírgenes y quemarlos con el Nero comparado con el desembolso que supone adqurir un compacto original ha hecho del negocio de la música enfocada a la venta de álbumes algo desfasado.

Para algunos que todos conocemos esto supone una vergüenza, un gran delito y una inmoralidad. Sin embargo, estos señores no se han dado cuenta de que por mucho que hablen, por muchas webs que se cierren y por muchas "copias legales" que se tiren a la basura, cada día se crean cientos de blogs de descarga gratuita de música. ¿Cuál puede ser la solución?

En mi opinión, un nuevo enfoque, y creo que es el que tiene mi colega. Dentro de poco, tocan en un festival de grupos locales aquí en Sevilla. Y por lo que me dijo, y de nuevo le aplaudo, están deseando liarla y que la gente les conozca.¿Para recibir pedidos masivos de su disco? ¿Para animarse a sacar cientos y cientos de deuvedés rellenos de morralla (de Manowar, mejor no hablemos)? No. Quieren darse a conocer para que los llamen para tocar más veces en otros sitios. Y ahí creo que está el futuro del negocio de la música.

Jamás diré que no se hagan discos; de hecho sigo comprando discos originales en cuanto puedo (que le pregunten a mi madre, desesperada porque no entiende que me compre discos que ya he oído). Tampoco estoy a favor de llenar el e-mule de enlaces y tener el ordenador funcionando todo el día. De hecho, animo a que el dinero que se quedan de las vueltas del pan lo vayan guardando y en un tiempo podrán poseer el disco que más les haya llenado ultimamente. Pero si verdaderamente quieren apoyar a un grupo, sea de colegas o de completos desconocidos, vayan a sus conciertos, distribuyan su música por todos lados (el formato de distribución lo dejo a su elección) y desarrollen una estrategia de marketing sin darse cuenta.

Porque, aunque a algunos les pese, seguiremos acudiendo a nuestra tienda de informática preferida a comprar lotes de cedés y deuvedés para tener la grabadora funcionando todo el maldito día.

Tráfico, libertad y la madre que nos parió a todos

 

Hace unos pocos días retomé la soporífera tarea de estudiarme el teórico del carné de conducir. En febrero del año pasado me apunté, pero como siempre ocurre a la hora de ponerte a estudiar te surgen cosas mejores qué hacer. Ya, que para aprobar el teórico hay que hacer muchos tests. Pues imaginen mis ganas que ni eso.

El caso es que leyendo con más detenimiento el libro de la autoescuela y las preguntas de los innumerables (35 en el caso de la web de la Dgt) tests, he confirmado algo que venía sospechando desde que conozco a conductores: que una vez que se tiene el carné, cada cual hace lo que le viene en gana.

Y aquí viene la gran pregunta: ¿para qué cojones hay que aprenderse una tabla enorme, aburrida y confusa para saber a qué velocidad hay que transitar, si luego los usuarios de la vía adaptan su velocidad a las apetencias propias? ¿Qué sentido tiene advertir una y otra vez el uso del casco, del cinturón de seguridad y de la prohibición de ingerir bebidas alcohólicas previo al manejo de un vehículo de motor si cada fin de semana las cunetas se llenan de muertos? Para empeorar la cosa, el cada vez más amplio sector friki se relame de gusto al ver las escenas tan simpáticas con que las campañas de prevección de accidentes nos deleita cada temporada, ripeándolas y colgándolas en Youtube para inundar la web de absurdos comentarios que no aportan nada.

Todo eso me hace dudar de la libertad del hombre. Sí, amiguitos, soy tan retorcido que pensando en una gilipollez tan enorme se me ocurre plantear tal despropósito. ¿Realmente estamos tan alienados como muchas corrientes del pensamiento entienden? ¿Verdaderamente hemos dejado atrás el estado de libertad absoluta primigenio que cualquier simio prehistórico disfrutaba? Viendo el jeto de algún que otro conductor, y la maestría con que se saltan las señales como si un día en medio de dos festivos se tratase, dudo mucho de lo anterior. ¿Tendrá razón Antena 3 cuando muestra a los videojuegos como el mal del siglo XXI, esclavizador de mentes y secador de cerebelos? Ahora que han instaurado eso de los puntos, y pienso en esos que ya habrán organizado porras para ver quien los pierde antes, o esos otros que pensarán que atropellar a una vieja no quita puntos sino que les suma, empiezo a creer en Matías Prats y cía.

Lo que saco en claro después de todas las vueltas que le vengo dando es que somos más chulos que un 8, y que en un vía urbana, en la que el uso del claxón está prohíbido salvo para advertir un peligro, pitamos a la primera tìa buenorra que pase. Bueno, y también tengo clarísimo que eso de sacarse el carné es un coñazo supino.